La historia que a continuación se relata está totalmente basada en hechos reales.Córdoba, Otoño de 2007. Jose, un joven trabajador de una conocida empresa de aceite cordobesa encuentra, después de mucho buscar, el piso de sus sueños: cerca de la casa de sus padres, en el barrio donde él se crió, y a un precio increíble. Tras una breve visita al inmueble, se decide a comprarlo. El estado era de abandono (llevaba más de un año cerrado) pero el precio estaba muy por debajo de lo normal, era incluso más barato que otro de los pisos (idéntico) dos plantas más arriba. Sin embargo, no se preguntó por qué esta diferencia de precio.
Los trámites fueron rápidos y en unas semanas Jose y su familia estaban ya manos a la obra limpiando aquí y allá. Ruidos extraños y objetos que cambiaban de sitio fueron los acompañantes durante sus primeros días de limpieza en el piso. Evidentemente, todo era achacable al propio deterioro del piso (delgadez de la puerta y paredes) y al desorden propio de un grupo de personas trabajando en grupo.

Sin embargo, un día, la hermana de Jose, limpiando uno de los armarios, encontró algo que activaría todas las alarmas. Allí, en el cajón de un armario estampado con fotos de Santos, hallaron un crucifijo totalmente artesanal hecho con alfileres de la ropa. ¿Qué terrible hecho habría podido obligar a alguien a, presa del horror y de la desesperación, fabricarse su propio crucifijo? ¿De quién intentaba protegerse? ¿Acaso todos los Santos que adornaban el lugar no eran suficiente protección?
Jose comenzó a investigar sobre el pasado de aquel piso y sobre los antiguos inquilinos. Las respuestas no se hicieron esperar. Al parecer, la antigua habitante del piso, una mujer nonagenaria casi olvidada por su familia, había pasado sus últimos años encerrada en aquel lugar. Nadie recordaba su nombre, pero sí que era descuidada en su higiene y que tenía la mirada perdida, como asustada, y siempre se la veía rezando en voz baja. Hasta que un día dejaron de verla. Sólo una tenue luz en el cuarto del fondo del piso era la prueba de vida para el resto de vecinos. Algunos dicen haberla visto recogiendo la bombona de butano, que cuidadosamente dejaba en el descansillo junto con el dinero para que se la cambiaran. Otros incluso intercambiaron miradas con ella al encontrársela en el cuarto de pila encendiendo el calentador. Pero nadie nunca más volvió a hablar con ella.

Después de su muerte la familia se hizo cargo del piso. Tras varios intentos de alquilar el piso a estudiantes, decidieron ponerlo en venta. Cuando Jose fue a verlo, el piso llevaba cerrado más de un año, tiempo en el que ninguno de los familiares se había atrevido siquiera a traspasar la puerta acolchada del inmueble. ¿Por qué? ¿Los recuerdos de su tía? ¿La querían tanto que era duro enfrentarse a su ausencia? Entonces, ¿por qué nunca iban a visitarla? ¿O tal vez sabían que su tía seguía allí?

El tema fue poco a poco enfriándose, en tanto en cuanto Jose se fue acostumbrando a los ruidos y demás fenómenos. Hasta que un día, unos amigos fueron a ver el recién adquirido piso e hicieron algunas fotos. Esa misma noche, revisando las fotos, repararon en un detalle que les erizó el vello a todos los presentes: el termo estaba encendido. Al principio Jose culpó a su padre, al cual llamó inmediatamente. El padre argumentaba que era imposible que estuviera encendido, que nadie había cambiado la bombona, ni mucho menos encendido el calentador y que, por supuesto, ni siquiera tenían agua todavía.

Eso alimentó la curiosidad de todos los que allí estaban, que no tardaron en sugerir que si el termo estaba encendido, lo mejor era ir al piso y apagarlo. Aún no tenía luz eléctrica, así que, de madrugada, Jose y dos amigos, armados tan sólo con una linterna, se adentraron en el piso en obras para apagar el termo. Pero el termo estaba apagado. Es más, el regulador estaba cerrado y por el polvo acumulado en él se diría que hacía meses, incluso años, que nadie lo tocaba. Pensando que seguramente habría sido un reflejo de la cámara echaron una y otra foto al termo para intentar repetir el fenómeno. No fue posible. Estaba claro que aquello que veían en la foto era la llama piloto del calentador y no un reflejo recogido por el objetivo de la cámara. Sobrecogidos, los tres señalaron hacia la puerta y caminaron deprisa hacia la salida, sintiendo esa brisa tan particular detrás de las orejas que dejaba el miedo tras de ellos. Uno de ellos no pudo evitar mirar a la izquierda en el pasillo, hacia la habitación del fondo, aquella donde la antigua inquilina se refugiaba a media luz. Entre luces y sombras se dibujaba una silueta en la que solo se podían distinguir vagamente dos penetrantes ojos que observaban su huida. Pero no dijo nada, aceleró el paso y salieron del piso. Una vez fuera del edificio se sentaron en una parada de autobús para digerir lo sucedido mientras echaban fotos a las ventanas del piso por si se veía algo. Estudiando esas últimas fotografías más detenidamente, descubrieron al día siguiente una extraña forma, que uno de ellos identificó como la figura que había visto en el pasillo, observándolos desde la ventana. Esa misma tarde, Jose decidía que cuando acabara la reforma colgaría el letrero de "Se Alquila".

Ninguno de ellos volvió a hablar nunca del tema, como si el silencio pudiera borrar de sus memorias lo acontecido aquella noche. Sin embargo, desde entonces, aquellos que osaron entrar en el piso sufren, aunque no lo quieran decir en público, una maldición: cada vez que se duchan, en el momento en el que tienen toda la cabeza y los ojos cubiertos de espuma, en eso preciso momento... se acaba la bombona.
Seguiremos investigando sobre este hecho,entrevistando a los actuales inquilinos del inmueble, que desconocen el tórrido pasado de su vivienda, con especial hincapié sobre el que duerme en la habitación del pánico, aquella en la que la vieja se refugiaba en sus noches de duermevela, rezando el rosario y cuidando de que nunca se apagara la llama de su calentador.